COMENTARIO: P. Rodrigo Sánchez Arjona, sj
Hermanas y hermanos:
Los últimos días de la Cuaresma, es decir, el Domingo de Ramos, el lunes, martes y miércoles santos son la preparación inmediata para el triduo sagrado, que comienza el jueves por la tarde con la Misa Vespertina de la Cena del Señor.
En la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II la puerta de la Semana Santa es la bendición y la procesión de los Ramos.
La rúbrica inicial de este domingo dice así: «En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual». Esta procesión nos une al misterio de Jesús entrando en medio de las aclamaciones en Jerusalén, en donde debía morir y resucitar pocos días más tarde.
Los evangelistas nos narran, en efecto, un acontecimiento de la vida de Jesús, en donde el Espíritu manifestó la hondura divina encerrada en Cristo. La unción del Espíritu lleno de alegría mesiánica el corazón de los discípulos, y la alabanza brotó de sus labios por las maravillas salvadoras que Jesús iba a comenzar. Esta multitud de discípulos, iluminada por la luz de Dios, veía más allá de la apariencia física de Jesús, y a través de su aspecto externo, contemplaba al rey Mesías. (Lc 19, 35 40).
La procesión del Domingo de Ramos es el símbolo litúrgico que nos hace captar en el misterio la subida del Pueblo de Dios con Jesús hacia el sacrificio de la Cruz, que se hará presente en la celebración de la Eucaristía.